miércoles, 5 de agosto de 2015

Buscadoras de mundos perdidos

Rosana Rossi, Jorgelina Pistone y Analía Heredia exponen hasta el 16 de agosto en el Museo Bonfiglioli







Mediante pinturas, grabados, fotos e instalaciones, las tres intentan un viaje interior hacia el país de la infancia y el olvido

No existe aventura humana más alucinante que salir “en busca del tiempo perdido”. Ha de ser por eso que aquel famoso postulado de Proust se nos aparece como promesa de la saga más alucinante. Mucho más que un viaje al centro de la tierra, que la búsqueda del arca perdida o la guerra de Troya. Y es que aquella “otra cruzada” cautiva a todos los hombres. Acaso porque no se trata de matar dragones ni de armar un caballo con tablas de madera para tomar una ciudad, sino de remontar la corriente de los días hasta llegar a un país remoto y evanescente; hasta ese paraíso perdido al que llamamos infancia.
Y bien, es hacia esas tierras lejanas y apenas entrevistas que nuestras artistas han hinchado las velas. Y así, con las tres carabelas de la imaginación emprendieron, como Ulises, un viaje que no tiene fin.
 
Rosana o las causas sociales que comprometen y exorcizan
No es casualidad (¿o sí?) que Rosana Rossi y Jorgelina Pistone se hayan conocido en una escuela (el Instituto Privado Padre Francisco Azkúnaga, de Las Perdices); pero lo verdaderamente curioso es que mientras Jorgelina dictaba la materia “Artes Visuales” Rosana era profesora de “Física y Astronomía” y recién se encontraron como artistas varios años más tarde, en un curso de fotografía en Villa María. 
Al poco tiempo de compartir clases comprobaron que tanto sus obras como la preocupación estética de ambas tenían un tema en común: la vuelta a la niñez o el viaje a un territorio indefinido (y acaso acechante) del futuro. Entonces, a fines del año pasado, decidieron proponer al Museo Bonfiglioli una muestra conjunta: “El olvido, ese lugar”, como bautizaron a la difusa geografía espiritual hacia la cual se dirigían. Pero mejor será escuchar a la pintora oriunda de Pozo del Molle explicando la génesis de la muestra. 
“Quien insistió para que expusiéramos juntas fue Jorgelina. No sólo por las pilas que puso, sino porque encontró muchísimos puntos de contacto entre su obra y la mía. Teníamos series de trabajos pintadas a lo largo de muchos años, por eso es que la exposición de cada una daba cuenta de un largo proceso, casi de una retrospectiva”.
-¿Cuándo y por qué empezás a pintar niños y ancianos?
-Fue hace 10 años. Tuve la idea de pintar los dos extremos más olvidados del ser humano. Pero luego mis dibujos se fueron decantando hacia la ancianidad. Supongo que era mi preocupación no es sólo social, sino también personal. Yo sentía una angustia muy grande respecto a la vejez que me sobrevendría, sobre todo porque en ese momento aún no había sido madre. Así que en 2008, al recibirme de la Tecnicatura en Artes Visuales (Escuela Emiliano Gómez Clara de Villa María) hice la tesis con la ancianidad. De esos días datan algunas de estas pinturas y grabados, que luego se fue expandiendo. 
-¿Por qué tus ancianos aparecen disfrazados de payasos?
-Creo que el disfraz es un símbolo, una fachada que los invisibiliza. También porque siempre me acordé de un señor mayor que vendía globos verdes a la salida del “Disco”. Un día lo perdí de vista y años después lo vi en una silla de ruedas. La imagen de ese hombre me quedó grabada. De todos modos, el traje de clown habla de una barrera que nos impide establecer una cercanía con la persona real que hay detrás. 
-¿Qué es para vos la ancianidad?
-Una etapa de la vida que es necesario revalorizar porque a esa edad la mayoría tiene ilusiones y sueños. Cuando yo pinté esos cuadros, tenía una visión muy amarga de la situación del adulto mayor. Creía que no se hacía nada y hasta me convertí en activista. Siempre hay causas que me comprometen y me exorcizan, además de incentivarme a pintar. Ahora hay más espacios para los ancianos que cuando hice mi tesis hace 8 años. Creo que por suerte se está reivindicando esa etapa fabulosa de la vida.
 
Jorgelina o el encuentro cercano con la niñez en un galpón abandonado
En los cuadros de Jorgelina Pistone siempre hay sillas. Las hay cubistas y expresionistas, de paja o de madera, geométricas o deformadas. Pero siempre son variantes de un arquetipo real y (también) del encuentro casual con un mobiliario del pasado.   
“Yo viví mi infancia en una casa rural que en estos momentos está abandonada -dice la pintora oriunda de Las Perdices y recibida en la Escuela Figueroa Alcorta de Córdoba- Y fue por el curso de fotografía que hicimos con Rosana que volví para hacer fotos. Entonces descubrí entre algunos trastos arrumbados una de las sillas de mi infancia. Estaba completamente destruida y la fotografié, la traje a casa y la restauré. 
Desde entonces empecé a pintarla y a integrarla en la composición con diferentes técnicas: óleo, collage, acrílico... 
-En la muestra, además de las sillas que pintaste, hay otras restauradas y exhibidas como objeto artístico.
-Sí, está la silla que te dije, pero también una muy chiquita que era de mi papá y otra alta que era de mi mamá. A esas las lijé hasta dejarlas de color madera y luego las intervine con acrílicos. También armé las sillitas de casas de muñecas, como esas que ves ahí...
-¿Qué significó para vos el descubrimiento de esos objetos en un galpón?
-Fue mucho más que el descubrimiento de un mobiliario; fue haber encontrado una parte de mi infancia y del pasado que aún estaba intacta. Haberlas restaurado y pintado fue como restaurar algo que había quedado roto y volverlo símbolo. Por eso me pareció tan importante la convivencia entre la pintura y los objetos, entre lo imaginario y lo real.  
 
Analía o un caballito en la amarga pradera de la melancolía
La segunda muestra en cuestión es, sin dudas, la más ecléctica. Se trata de “Mundos Perdidos: una mirada sobre la infancia desaparecida” y su autora, Analía Heredia (una pintora con tres muestras en su haber recibida en la Emiliano Gómez Clara), cambió los pinceles por la cámara digital y el happening. De este modo, combinó la fotografía con el cortometraje y la instalación. Así, una fabulosa decena de imágenes en blanco y negro dan cuenta de aquellos juegos olvidados, acaso muertos, en la amarga pradera de la melancolía.
“Este proyecto nació en el Profesorado de Bellas Artes; pero no en una materia de plástica, sino en una cátedra pedagógica -dice la artista nativa de Cruz del Eje-; la que dictaba la doctora Mercedes Civarolo. Ella nos encargó un trabajo práctico sobre las distintas concepciones que existían sobre la infancia en el arte, con búsqueda teórica y producción práctica. Había empezado a pintar una serie que luego abandoné. 
-¿Y cómo es que siendo pintora te pasaste a la fotografía?
-Tiene que ver con que el año pasado hice una adscripción en Diseño y Producción Audiovisual (UNVM). Allí estuve en la cátedra de Historia con el profesor José Seia y participé del “Diseño Filma” viendo cómo los chicos hacían cortos y sacaban fotos. Y entonces retomé mi proyecto original de “infancias perdidas”, pero con otra vuelta de rosca. Hice un cortometraje con la ayuda de Ivana González y Lucrecia Valinotti y después saqué las fotos que hoy se exhiben.
-¿Por qué pasaste del color al blanco y negro?
-Porque me interesaba otro lenguaje visual para expresar lo que quería. Necesitaba una estética del claroscuro que tuviera que ver con la vida y la muerte y por eso elegí la fotografía.
-Contáme sobre los objetos que fotografiaste... 
-Son juguetes viejos y los encontré tirados en un sitio baldío de Villa Nueva. Le pedí al dueño del terreno si podía sacarles fotos y me dejó pasar. Yo no toqué ni intervine nada. Ahí estaba ese patio con el caballito de madera abandonado, un hipopótamo de goma tirado... Poco tiempo después, en Oncativo, encontré una calesita enrejada con alambres de púas y un candado. Me pareció un símbolo tremendo de una infancia que ya murió.
-Hablás mucho de la muerte, al punto que en tu “instalación” pusiste un ataúd lleno de juguetes antiguos.
-Sí, fue mi manera de mostrar el fin de un tipo de infancia. Esos juguetes que ya no se usan y que ahora llenan ese pequeño cajón de muerto han sido remplazados por la tecnología. Pero seguramente hay nuevos modos de infancia que están naciendo. A lo mejor debí haber puesto al lado del ataúd una cuna con los juguetes del Siglo XXI.
-Llama la atención que sin haber planeado una muestra de a tres, tus fotografías dialoguen de manera tan fluida con los cuadros de Rosana y Jorgelina.
-¡Es algo fabuloso y fue producto del azar! A mí me dieron fecha para exponer ahora y no tenía idea quiénes estaban en la planta baja. Cuando la doctora Civarolo nos encargó aquel trabajo práctico, buscamos ejemplos en la pintura local y así fue como di con la obra de Rosana. Por eso fue una alegría inmensa encontrarla acá y exponer con ella, a quien admiro tanto. Y también con Jorgelina, a quien no conocía, pero me parece excelente. Sus cuadros llenos de color hablan de los mismos despojos que mis fotos en blanco y negro.
 
 
Iván Wielikosielek