sábado, 23 de octubre de 2021
Cita conmigo (cuento)
Me levanté antes que suene la alarma, no había dormido mucho, hacía frío y solo repetía en voz baja:- tengo que llegar a horario, llegar a horario… A la noche había preparado la mochila y la lista de pensamientos, los últimos, los reiterativos …”rumiantes”, diría Soledad.
Las gomas de la bici, infladas; la llave del candado, funcionaba; cargué la botella con agua y salí por las calles solitarias del barrio, con sólo algún perro por esquivar.
El frío hincaba en las manos y en la parte de la cara que el barbijo no tapaba; me sentía un poco asfixiada. Crucé el puente caminando por el pasaje lateral. A medida que avanzaba el transito aumentaba, así que tenía que estar atenta, “estar presente”…. La adrenalina se disparaba por mis piernas con cada bocina y con las motos que parecían rozarme.
Después de media hora, llegué al consultorio como quien llega a un refugio. Una parte de mí, se sentía a salvo ahí. Soledad era buena terapeuta, hacía un tiempo me había salvado la vida durante una crisis. Se acercaba la primavera y percibía la llegada de una nueva tormenta, por eso había adelantado mi consulta.
Toqué timbre y acerqué la oreja al mismo tiempo que se abrió la puerta. Un olor desagradable pero conocido atravesó el barbijo. Sin cruzar la entrada, pude ver que la secretaria no estaba detrás del escritorio. Qué raro! y mecánicamente inspiré hacia mi pecho estirando el cuello del buzo.
Di el primer paso dentro de la sala de espera y al mirar para el costado, la vi. Una de sus siete cabezas me miraba fijamente desde el extremo de un cuello que bajaba desde las alturas de la habitación. Una especie de cola se arrastraba por el piso, nerviosamente, como un látigo, pero con pesadez. Quedé petrificada y al tratar de retroceder, las seis cabezas restantes sincrónicamente me miraron desde arriba abriéndose en abanico. Algo me succionó hacia la sala y la puerta se cerró. Como un soldadito a cuerda, caminé hacia un asiento.
Estaba horrorizada, no quería mirarla pero no podía evitarlo. Ocupaba casi toda la sala, era una masa fofa completamente roja, parecía faltarle la piel. Por la boca desprendía una especie de baba hedionda que iba avanzando por el piso, y se desparramaba con el movimiento de la cola.
Empecé a temblar, casi no parpadeaba y miraba cada una de las cabezas que se movían al mismo tiempo que emitían un ronquido de fiera moribunda. Seguro estaba soñando o alucinando, en cualquier momento tenía que despertar.
Mientras el líquido comenzaba a subir por mis piernas, escuchaba voces, como un enjambre de insectos chirriantes apoderándose de mi cabeza. No sabía si aún podía escapar o iba a morir allí!.
Desde niña discipliné mi lenguaje, la postura, la mirada, todo para encajar, cuantos silencios!. Tanto luchar, tanto trabajar casi sin dormir, tantos años sin disfrutar para “progresar”, para salir de la villa, alejarme de la pobreza, del hambre, del arroz donado…fue mucho tiempo de imitar, de envidiar, de guardar rencores devoradores… Todo para terminar como un insecto volador en una telaraña.
No era un sueño, no!, una bestia asquerosa, me traía una muerte deshonrosa apropiada para las traidoras.
Se abrió la puerta, y Soledad mirando mi cabeza principal dijo, “buen día Rosana, la estaba esperando”.
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